domingo, 25 de mayo de 2008

De la ciudad mediada a la ciudad virtual

Jesús Martín-Barbero

El cambio de sensorium

Hubo un tiempo en que los medios de comunicación hicieron honor a su nombre: mediaron la experiencia de constitución de la ciudad. Pensando desde el París de Baudelaire, Benjamín ve emerger el moderno sensorium urbano en las mediaciones que el cine hace de las "modificaciones en el aparato perceptivo que vive todo transeúnte en el tráfico de una gran urbe" y añade: "Parecía que nuestros bares, nuestras oficinas y viviendas, nuestras estaciones y fábricas nos aprisionaban sin esperanza. Entonces vino el cine y con la dinamita de sus décimas de segundo hizo saltar ese mundo carcelario. Y ahora emprendemos entre sus dispersos escombros viajes de aventuras. Con el primer plano se ensancha el espacio y bajo el retardador se alarga el movimiento. No sólo se trata de aclarar lo que de otra manera no se veía claro sino de que aparecen formaciones estructurales del todo nuevas" (1). El cine medió así a la vez la constitución y la comprensión de un nuevo modo de percepción cuyos dispositivos se hallan en la dispersión y en la imagen múltiple: los mismos que hace visibles la "experiencia de la multitud", pues es en multitud que la masa ejerce su derecho a la ciudad y ejercita su nuevo saber, ese al que se resiste la pintura por no ofrecer su objeto a una recepción simultánea y colectiva, pero al que sí responde el cine: "de retrógrada frente a un Picasso, la masa se transforma en progresiva frente a un Chaplin".

También la radio ha sido constitutiva, mediadora de la experiencia popular de la ciudad. Insertando su lenguaje y sus ritmos en una oralidad cultural, que es organizador expresivo de unas particulares formas de relación con el tiempo y el espacio, la radio hizo el enlace de la matriz expresivo-simbólica del mundo popular con la racionalidad informativo-instrumental de la modernidad urbana. En la radio el obrero encontró pautas para orientarse en el discurso funcional de la ciudad, el emigrante modos de mantener una memoria de su terruño, y el ama de casa acceso a emociones que le estaban vedadas (2) .

Con la televisión toma forma otro sensorium: en la ciudad diseminada el medio sustituye a la experiencia, o mejor constituye la única experiencia-simulacro de la ciudad global. Y ello porque la estructura discursiva de la televisión y el modo de ver que aquella implica conectan desde dentro con las claves que ordenan la nueva ciudad: la fragmentación y el flujo.

Hablamos de fragmentación para referirnos no a la forma de relato televisivo sino a la desagregación social que la privatización de la experiencia televisiva consagra. Constituida en el centro de las rutinas que riman lo cotidiano (3), en dispositivo de aseguramiento de la identidad individual (4) y en terminal del videotexto, la videocompra, el correo electrónico y la teleconferencia (5) la televisión convierte el espacio doméstico en territorio virtual: aquel al que, como afirma Virilo, "todo llega sin que haya que partir". Lo que resulta importante comprender no es sólo el encerramiento, el repliegue sobre la privacidad hogareña, sino la reconfiguración de las relaciones de lo privado y lo público que ahí se produce, esto es, la superposición entre ambos espacios y el emborrachamiento de sus fronteras. Con lo que estar en casa ya no viene a significar ausentarse del mundo, ni siquiera del de la política, sino una manera nueva de ejercerla, o mejor de mirarla. De ahí que lo que identifica la escena pública con lo que "pasa en" la televisión no sean sólo las inseguridades y violencias de la calle. Pues al posibilitar su acceso al "eje de la mirada" (6) la televisión puede convertirse en el medio que transforma en espectáculo de sí mismo la antigua teatralidad callejera de la política. Del pueblo en la calle al público del cine la transformación fue transitiva y conservó el carácter colectivo de la experiencia. De los públicos de cine a las audiencias de televisión el desplazamiento señala una profunda transformación: la pluralidad social sometida a la lógica de la desagregación hace de la diferencia una mera estrategia de rating. Imposible de ser representada en la política la fragmentación de la ciudadanía es tomada a cargo por el mercado: es de ese cambio que la televisión es mediación.

El flujo televisivo es el dispositivo complementario de la fragmentación: no sólo de la discontinuidad espacial de la escena doméstica sino de la pulverización del tiempo que produce la aceleración del presente, la contracción de lo actual, la "progresiva negación del intervalo" (7), transformando el tiempo extensivo de la historia en el intensivo de la instantánea. Lo que afecta no sólo al discurso de la información (cada día temporal y expresivamente más cercano al de la publicidad), sino a la globalidad del palimsesto televisivo (8), a la estructura de la programación, a la naturaleza misma de los aparatos, a los modos de producción y la forma de representación. Conecta así la televisión con el régimen general de la aceleración que torna programadamente obsoletos los objetos que antes estaban hechos para durar, y hacer memoria, y ahora son desechables. ¿Y no tendrá algo que ver ese nuevo régimen temporal, que acelera cada día la obsolescencia generalizada, con el profundo desarraigo que en la ciudad de flujo las gentes experimentan? Igualmente hechos para gastarse lo antes posible (los objetos) y para olvidarse una vez vistos (los programas) no es extraño que algunos piensen que la televisión es la metáfora de una sociedad en que "toda la cultura se convierte en chatarra".(9)

Es justamente el flujo televisivo el que dota de sentido al zapping, al control remoto, mediante el cual cada uno puede nómadamente armarse su propio programa con fragmentos o restos de noticieros, telenovelas, concursos o conciertos. Así como las tribus componen su ciudad no en base a "lugares" sino a trayectos, así el televidente hace ver una travesía improgramada, articulada sólo desde la pulsación/compulsión instantánea. Hay una cierta y eficaz travesía que liga los modos nómadas de habitar la ciudad -del emigrante al que toca seguir indefinidamente emigrando dentro de la ciudad a medida que se van urbanizando las invasiones y valorizándose los terrenos, hasta la banda que periódicamente desplaza sus lugares de encuentro- con los modos de ver desde los que el televidente explora y atraviesa al palinsesto de los géneros y los discursos, y con la transversalidad tecnológica que hoy permite enlazar en el terminal informático el trabajo y el ocio, la información y la compra, la investigación y el juego.

Dicho lo anterior se hace indispensable deshacer un malentendido: lo que hace la eficacia de la ciudad virtual no es el poder de las tenologías visuales e informáticas sino su capacidad de acelerar -amplificar y profundizar- tendencias estructurales de la sociedad. Como afirma F. Colombo "hay un evidente desnivel de vitalidad entre el territorio real y el propuesto por los mass-media. La posibilidad de desequilibrios no deriva del exceso de vitalidad de los media; antes bien lo hacen de la débil, confusa y estanca relación entre los ciudadanos del territorio real (10) . Es el desequilibrio urbano generado por un tipo de urbanización irracional el que de alguna forma es compensado por la eficacia comunicacional de las redes electrónicas. La estrecha relación entre crecimiento urbano y expansión de los medios lleva a García Canclini a plantear que si las nuevas condiciones de vida en la ciudad exigen "la reinvención de lazos sociales y culturales, son a su vez las nuevas redes audiovisuales las que efectúan, desde su propia lógica, una nueva diagramación de los espacios e intercambios urbanos" (11). Pues en las ciudades cada día más extensas y desarticuladas, y en las que las instituciones políticas "progresivamente separadas del tejido social de referencia, se reducen a ser sujetos del evento espectacular lo mismo que otros", (12) la radio y la televisión acaban siendo el único dispositivo de comunicación capaz de ofrecer formas, de contrarrestar el aislamiento de las poblaciones marginales y de establecer vínculos culturales comunes a la mayoría de la población.

Comunicacion: del paradigma a la experiencia

Lo que durante años fue sólo un "modelo teórico" de comunicación hoy es parte constitutiva de la estructura y la experiencia urbana. Se trata del paradigma informacional (13) desde el que está siendo ordenado el caos urbano por los planificadores. Pensada como transporte de información por ingenieros de teléfonos (C. Shannon) y como regulación automatizada de la conexión entre máquinas (N. Wiener), la comunicación que hegemoniza hoy la planificación de las ciudades es la del flujo: de vehículos, personas e informaciones. Todo ligado a una sola matriz a la vez teórica y ope-rativa: la circulación constante, que es a un mismo tiempo tráfico ininterrumpido e interconexión transparente. El caos urbano tendrá así su máxima expresión no en el desconcierto y los miedos de sus habitantes perdidos en la enormidad de las distancias o en el tráfago de las avenidas sino en el atasco vehicular. La verdadera preocupación de los urbanistas ya no será que los ciudadanos se encuentren sino todo lo contrario: ¡que circulen!. Ello justificará que se acaben las plazas, se enderecen los recovecos y se amplíen y se conecten las avenidas. Lo que se pierda es todo ganancia desde el punto de vista del flujo. Así deviene la ciudad en metáfora de la sociedad convertida en sociedad de la información.

¿En qué maneras experimenta el ciudadano la transformación radical que, bajo el paradigma del flujo, viven nuestras ciudades, sus formas de habitarla, de padecerla y resistirla? Esquemáticamente describiremos tres: la des-espacialización, el des-centramiento, la des-urbanización.

Des-espacialización significa en primer lugar que el espacio urbano no cuenta sino en cuanto valor asociado al precio del suelo y a su inscripción en los movimientos del flujo vehicular: "es la transformación de los lugares en espacios de flujos y canales, lo que equivale a una producción y un consumo sin localización alguna" (14). La materialidad histórica de la ciudad en su conjunto sufre así una fuerte devaluación, su cuerpo-espacio pierde peso en función del nuevo valor que adquiere su tiempo, "el régimen general de la velocidad" (15). No es difícil ver aquí la conexión que enlaza esa descorporización de la ciudad con el cada día más denso flujo de las imágenes devaluando, empobreciendo y hasta sustituyendo el intercambio de experiencias entre las gentes. Constatándolo como una mutación cultural de largo alcance, G. Vattimo (16) asocia esa fabulación al "debilitamiento de lo real" en la experiencia cotidiana de desarraigo del hombre urbano ante la hostigante y permanente mediación y el entrecruce de informaciones y de imágenes. Pero el desarraigo urbano remite, por debajo de ese bosque de imágenes, a otra cara de la des-espacialización: a la borradura de la memoria que produce una urbanización racionalizadamente salvaje. El flujo tecnológico convertido en coartada de otros más interesados flujos devalúa la memoria cultural hasta justificar su arrasamiento. Y sin referentes a los que asir su reconocimiento los ciudadanos sienten una inseguridad mucho más honda que la que viene de la agresión directa de los delincuentes, una inseguridad que es angustia cultural y pauperización psíquica, la fuente más secreta y cierta de la agresividad de todos.

Con des-centramiento de la ciudad señalamos no la tan manoseada descentralización sino la "pérdida de centro". Pues no se trata sólo de la degradación sufrida por los centros históricos y su recuperación "para turistas" (o bohemios, intelectuales, etc.) sino de la propuesta de una ciudad configurada a partir de circuitos conectados en redes cuya topología supone la equivalencia de todos los lugares. O mejor la supresión o desvalorización de aquellos lugares que hacían función de centro, como las plazas. El descentramiento que estamos describiendo apunta justamente a un ordenamiento que privilegia las calles, las avenidas, en su capacidad de operativizar enlaces, conexiones de flujos versus la intensidad del encuentro y la aglomeración de muchedumbres que posibilitaba la plaza. La única centralidad que admite la ciudad hoy es subterránea, en el sentido que le da M. Maffesoli (17) y que remite sin duda a la multiplicación de los dispositivos de enlace del poder tematizada por Foucalt (18) . Nos quedan, ahora en plural y en sentido desfigurado, los centros comerciales, reordenando el sentido del encuentro entre las gentes, esto es, funcionalizándolo al espectáculo arquitectónico y escenográfico del comercio y concentrando desespecializadamente las especialidades que la ciudad moderna separó: el trabajo y el ocio, el comercio y la revisión, las modas elitistas y las magias populares.

Des-urbanización indica de un lado, la reducción progresiva de la ciudad que es realmente usada por los ciudadanos" (19). El tamaño y la fragmentación conducen al desuso, por parte de la mayoría, no sólo del centro sino de espacios públicos cargados de significación durante mucho tiempo. La ciudad vivida y gozada por los ciudadanos se estrecha, pierde sus usos. Las gentes trazan sus circuitos, que atraviesan la ciudad sólo obligados por las rutas de tráfico, y la bordean cuando pueden en un uso funcional también. Hay otro sentido para el proceso de desurbanización que es específico del mundo latinoamericano: el de la ruralización de las grandes ciudades. A medio hacer, como la urbanización física, la cultura de la mayoría que las habita se halla también a medio camino entre la cultura rural en que nacieron -ellos, sus padres o al menos sus abuelos- pero que ya está rota por las exigencias que impone la ciudad, y los modos de vida plenamente urbanos. El aumento brutal de la presión migratoria en los últimos años y la incapacidad de los gobiernos municipales para frenar siquiera el deterioro de las condiciones de vida de la mayoría, está haciendo emerger la "cultura del rebusque" que devuelve vigencia a viejas formas de supervivencia que vienen a insertar, en los aprendizajes y apropiaciones de la modernidad urbana, saberes y relatos, habilidades, sentires y temporalidades fuertemente rurales (20).

Tribus, masas, redes y territorios

En los últimos años M. Maffesoli (21) ha retomado la, sociológicamente desprestigiada, noción de masa para pensar justamente el correlato estructural del estallido y la reconfiguración de la socialidad en tribus. Comprender qué sostiene unida la ciudad hoy exige plantearse la dinámica que opone y liga las tribus a la masa. Esto es, la lógica secreta que entrelaza la homogeneización inevitable (de la vivienda, del vestido, de la comida) a la diferenciación indispensable de los grupos. La crisis de las instituciones que configuran la ligazón de la sociedad -tanto en la producción como en la representación- hace emerger un nuevo tipo de tejido social cuyos aglutinantes no son ni un territorio fijo ni un consenso racional y duradero. Lo que convoca y relega a las tribus urbanas es más del orden del género y la edad, de los repertorios estéticos y de los gustos sexuales, de los estilos de vida y las vivencias religiosas. Basadas en implicaciones emocionales, en compromisos precarios y localizaciones sucesivas, las tribus se entrelazan en redes que van del feminismo a la ecología pasando por las bandas juveniles, sectas orientales, agrupaciones deportivas, clubes de lectores, fans de cantantes o asociaciones de televidentes. Creadoras de sus propias matrices comunicacionales las tribus urbanas marcan de forma identitaria tanto las temporalidades (sus ritmos de agregación, sus cadencias de encuentro) como los trayectos con que demarcan los espacios. No es el lugar en todo caso el que congrega sino la intensidad de sentido depositada por el grupo, y sus rituales, lo que convierte una esquina, una plaza, un descampado o una discoteca en "territorio propio". La otra seña de identidad de las nuevas tribus es la amalgama de referentes locales con sensibilidades desterritorializadas, pertenecientes a una cultura-mundo, que replantea las fronteras de lo nacional no desde fuera, no bajo la figura de la invasión, sino de adentro: en la lenta erosión que saca a la arbitraria artificiosidad de unas demarcaciones que han ido perdiendo capacidad de hacernos sentir juntos. Exploración de esas pistas pueden encontrarse en las investigaciones del equipo de Margullis sobre las tribus de la noche en Buenos Aires (22), de Rossana Reguillo sobre las bandas de Guadalajara (23) , de A.Garay sobre los territorios del rock en Ciudad de México (24), o de A. Salazar sobre la cultura de las bandas juveniles en las comunas nororientales de Medellín (25).

Mirada desde la heterogeneidad de las tribus, la ciudad nos descubre la radicalidad de las transformaciones que atraviesa el nosotros. Lo que a su vez remite a las mutaciones que afectan el sentido del territorio. M. Augé ha propuesto la denominación de no lugar (26) para nombrar esos espacios que como el aeropuerto o la autopista son la emergencia de un nuevo modo de habitar. En abierta ruptura con el "lugar antropológico" -que es el territorio cargado de historia, denso de señas de identidad acumuladas por generaciones en un proceso lento y largo -el viejo pueblo, el barrio, la plaza, el atrio, el bar- el no lugar es el espacio en que los individuos son "liberados" de toda carga de identidad interpeladora y exigidos únicamente de interacción con textos. Es lo que vive el comprador en el supermercado o el pasajero en el aeropuerto donde el texto informativo o publicitario lo va guiando de una punta a la otra sin necesidad de intercambiar una palabra durante horas. Comparando las prácticas de comunicación en un supermercado con las de una plaza de mercado popular en Bogotá, constatamos, hace ya veinte años, la sustitución de la interacción comunicativa por la textualidad informativa: "Vender o comprar en la plaza de mercado es enredarse en una relación que exige hablar. Donde mientras el hombre vende, la mujer a su lado amamanta al hijo, y si el comprador le deja, le contará lo malo que fue el último parto. Es una comunicación que arranca de la expresividad del espacio -junto al calendario de la mujer desnuda, una imagen de la virgen del Carmen se codea con la del campeón de boxeo y una cruz de madera pintada en purpurina sostiene una mata de sábila- a través de la cual el vendedor nos habla de su vida, y llega hasta el regateo, que es posibilidad y exigencia de diálogo. En contraste, usted puede hacer todas sus compras en el supermercado sin hablar con nadie, sin ser interpelado por nadie, sin salir del narcisismo especular que lo lleva de unos objetos a otros, de unas marcas a otras. En el supermercado sólo hay la información que le transmite el empaque o la publicidad (27).

Y lo mismo sucede en las autopistas. Mientras las viejas carreteras atravesaban las poblaciones convirtiéndose en calles, contagiando al viajero del aire del lugar, de sus colores y sus ritmos, la autopista, bordeando los centros urbanos sólo se asoma a ellos a través de los textos de las vallas que hablan de los productos del lugar y de sus sitios de interés.

Espacio del anonimato, de una contractualidad solitaria, el no lugar es el ámbito del presente, en su urgencia devoradora de la atención y justificadora de cualquier olvido respecto a lo demás. En ese espacio el pasado sólo puede ser cita retórica, curiosidad, exotismo o espectáculo. Pero justo en la medida en que expresa el anonimato y fagocita un presente sin pliegues el no-lugar puede producir "efectos de reconocimiento": el viajero puede ir a países que no conoce y "encontrarse" con la misma arquitectura de hotel y las mismas marcas de los objetos "familiares". Habitar el no lugar es "vivir en un mundo en el que se está siempre y no se está nunca en casa".

Caracterizado por el contraste, en lo que tiene de ruptura, el no lugar necesita sin embargo ser pensado por fuera de la polarización maniquea, pues como precisamente nos advierte M. Augé "el lugar no queda nunca completamente borrado y el no lugar no se cumple nunca totalmente: son palinsestos donde se reinscribe sin cesar el juego intrincado de la identidad y la relación". Lugares tradicionales, como los templos, se han visto en los últimos años atravesados por claros estilos de no lugar, mientras centros comerciales recuperan y potencian señas de identidad y espesor temporal. Reforzando la llamada de atención contra la tentación maniquea y moralista que acecha a la sociología que estudia los cambios en la sociabilidad, I. Joseph (28) insiste en tematizar los "enclaves de transición", los intervalos, las secretas continuidades en la reconfiguración del espacio público y el sentido del socius. M. Augé se atreve incluso a ir mucho más allá y adelanta una hipótesis iluminadora: el no lugar como experiencia de otra solidaridad que convierte el espacio terrestre en "lugar". Pues en el anonimato del no lugar "se experimenta solitariamente la comunidad de los destinos humanos". Lo que estaría implicando un saludable aprendizaje contra el fanatismo de la identidad y la intolerancia localista, de la que en los últimos años estamos teniendo bien palpables y dolorosas demostraciones.

En la hegemonía de los flujos y la transversalidad de las redes, en la heterogeneidad de sus tribus y en la masificada diseminación de sus anonimatos la ciudad virtual resultaría no sólo la más cumplida realización de la neutra y contradictoria "utopía de la información" sino la metáfora del último territorio sin fronteras.

Notas

W.BENJAMÍN. Discursos interrumpidos 1, p. 47, Taurus. Madrid, 1982.

M. MUNIZAGA y P. GUTIÉRREZ, Radio y cultura popular de masas, Céneca, Santiago, 1983; R Ma. ALFARO, De la conquista de la ciudad a la apropiación de la palabra, Tarea, Lima, 1987.

R. SILVERSTON. "De la sociología de la televisión a la sociología de la pantalla", en Telos Nº 22, Madrid, 1990; R. MIER y M. PICCINI. El desierto de los espejos: juventud y televisión en México, Plaza y Valdés, México, 1987.

H. VEZZETTI. "El sujeto psicológico en el universo massmediático", en Punto de Vista. Nº 47, Buenos Aires, 1993. A. NOVAES. Rede imaginaria: televisao e democracia, C. das Letras, Sao Paulo, 1991.

R.GUBERN, El simio informatizado, Fundesco, Madrid. 1987.

E.VERON, El discurso politico, p. 25, Hachete, Buenos Aires, 1987.

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G. BARLOZZETTL (Ed.), II Palinsesto: testo, aparati y géneri della televisione. Franco Angeli. Milán, 1986.

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N. GARCIA CANCLINI y M. PICCINI, Culturas de la ciudad de México: símbolos colectivos y usos del espacio urbano, p. 49; ver también "Del espacio político a la teleparticipación, en Culturas híbridas". Grijalbo, México, 1990.

G.RICHERI, "Crisis de la sociedad y crisis de la televisión", en Contratexto, núm. 4, Lima, 1989.

Los textos inaugurales de ese paradigma: C.E. SHANON y W. WEAVE, Teoría matemática de la comunicación, University of Illinois Press, 1949, traduc. Forja, Madrid, 1981; N. WIENER, Cibernética y sociedad, MIT Press Cambridge, Mass., 1948, traduc. Sudamericana, Buenos Aires, 1969.

M. CASTELLS, La ciudad y las masas, Alainza, Madrid, 1983; y del mismo autor, "El nuevo entorno tecnológico de la vida cotidiana" en El desafío tecnológico, Alianza, Madrid, 1986.

P. VIRILIO, mismo autor, Estética de la desaparición, Anagrama, Barcelona, La máquina de visión , Cátedra, Madrid, 1989; del 1988; también los artículos: "El último vehículo", en Videoculturas fin de siglo, Cátedra, Madrid. 1989; "Velocidad Lentitud", en Cuadernos del Norte, núm. 57, Oviedo, 1990.

G. VATTIMO, La sociedad transparente, Paidós, Barcelona, 1990.

M. MAFFESOLI, "La hipótesis de la centralidad subterránea", en DIA-LOGOS de la Comunicación, núm. 23, Lima, 1989; "Identidad e identificación en las sociedades contemporáneas", en El sujeto europeo, Ed. Pablo Iglesias, Madrid, 1990.

M. FOUCAULT, Un diálogo sobre el poder , Alianza, Madrid, 1981.

N. GARCíA CANCLINI, La cultura en la ciudad de México: redes locales y globales en una urbe en desintegración, Ateneo de Caracas, 1993.

A ese propósito ver: C. MONSIVAIS, "La cultura popular en el ámbito urbano", en Comunicación y culturas populares en Latinoamérica, Felafac/G.Gili, México, 1987; también en la obra Aramus (comp.). Mundo urbano y cultura popular, Sudamericana, Buenos Aires, 1990.

M. MAFFESOLI, El tiempo de las tribus: El declive del individualismo en la sociedad de masas, Icaria, Barcelona, 1990

M. MARGULIS, La cultura de la noche: la vida nocturna de los jóvenes en Buenos Aires, Espas Hoy. Buenos Aires, 1994.

R. REGUILLO, En la calle otra vez. Las Bandas: identidad urbana y usos de la comunicación, Iteso, Guadalajara, 1991.

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A. SALAZAR, No nacimos pa'semilla. La cultura de las bandas juveniles de Medellín, Cinep. Bogotá, 1990.

M. AUGE, Los "no lugares". Espacios del anonimato, Gedisa, Barcelona, 1993. Sobre una perspectiva convergente: P. SANSOT: Les formes sensibles de la vie sociale, PUF, París, 1986; A. MOLéS, Labyrinthes du vécu. L'espace: matíere d'actions. L. des Meridiens, París, 1982; X. RUBERT de VENTOS. "El desorden espacial", en Ensayos sobre el desorden. Kairós, Barcelona, 1976; M. de CERTEAU, Practiques d'espace, I'invention du quotidien, U.G.E.. París, 1980; J. M. ORTIZ RAMOS (ed.), "Espaco: local, mundial, imaginario", Margem, núm. 2, Sao Paulo, 1993.

J. MARTIN BARBERO, "Prácticas de comunicación en la cultura popular", en M. SIMPSON (Comp.), Comunicación alternativa y cambio social en América Latina, UNAM, México, 1981; ver también: "La revoltura de pueblo y masa en lo urbano", en De los medios a las mediaciones, G.Gili, México, 1985; "Comunicación y ciudad: entre medios y miedos", en Imágenes y reflexiones de la cultura en Colombia, COLCULTURA; Bogotá, 1990; Dinámicas urbanas de la cultura, Ateneo de Caracas, 1994.

I. JOSEPH, El transeúnte y el espacio urbano, Gedisa, Buenos Aires, 1988. Ver a ese propósito: M. Fernandez-Martorell (ed.), Leer la ciudad. Ensayos de antropología urbana, Icaria, Barcelona, 1988; R. Da MATTA, A casa e a rua, Brasiliense, Sao Paulo, 1985; E.DURHAM, "A pesquisa antropológica com populacoes urbanas: problemas e perspectivas", en A aventura antropológica , Paz e terra, Rio de Janeiro, 1986.


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