sábado, 4 de abril de 2009

LAS LUCROSAS NARRATIVAS DEL MIEDO

Narrativas de violencia urbana y transformación neoliberal de la ciudad

Rodrigo Alarcón M.
rolarcon@gmail.com



“Una mula, un caballo, un elefante o un novillo obedecen a su conductor, el conductor a su sargento, el sargento a su lugarteniente, el lugarteniente a su capitán, el capitán a su comandante, el comandante a su coronel, el coronel a su brigada que dirige tres regimientos, y el brigada a su general que obedece al virrey que es servidor de la Emperatriz”

Raskin, Jonah, The Mythology of Imperialism


“ Si la historia los convirtió en víctimas, habiéndolos condenado su propia época, ellos han permanecido como víctimas hasta nuestros días”

Edgard P. Thompson, La formación de la clase obrera inglesa




LA EXCEPCIÓN DE LA PARODIA

Sin duda tiene mucha razón Cornejo Polar al afirmar que a pesar que la utopía arguediana (la “ciudad feliz”) no se cumplió, los tiempos de la migración lograron metas fundamentales al trasformar el orden de la ciudad cortando su vieja serie de significaciones. En la ciudad ya nunca más se repetirá el orden colonial “salvo en parodias desintencionadas”. El habitante nacido de este proceso ya no es, desde esta perspectiva, un subalterno sin remedio[1]. Esta referencia nos habla de tiempos de crecimiento, trasformación y triunfo. En contraste, cuando apuramos la cinta de la historia y arribamos al actual escenario urbano, los referentes de sentido que permitían alcanzar y afirmar estos triunfantes logros presentan signos de profunda inestabilización y debilitamiento. Son los efectos de un acelerado ejercicio rígidamente gobernado por la lógica de la tecnoeconomía, que ha disuelto los antiguos vínculos sociales y ha desactivado retroactivamente muchos de las realizaciones materiales de aquellas “masas migrantes”, que ahora -en su descendencia- aparecen arrinconadas dentro de muchos guettos o en franca caída libre dentro de verdaderos “hoyos negros” urbanos[2] donde sufren la exclusión económica, el estigma del flaite[3] o el riesgo de morir en cualquier instante por una bala perdida.
Al parecer la excepción de la parodia, aunque de una manera menos desinteresada, hoy se realiza en un nuevo orden urbano que secciona, aísla o margina, a través de muros simbólico-materiales, a los distintos grupos de la población ordenados socioeconómicamente. Orden que, por otra parte, “democratiza” el consumo y levanta una nueva infraestructura urbana orientada a consolidar el proyecto de ciudad que el neoliberalismo contiene. Este operativo de desmantelamiento de las viejas estructuras, se ordena según un modelo de producción de subjetividad constituido en el desplazamiento, borrosidad y descalce de los “territorios tradicionales”, vía movilización material del capital, de sus intercambios y transferencias a través del flujo electrónico de la economía financiera, que termina por disolver en una especie de sublime global el orden social establecido sobre viejas coordenadas[4]. Esta deconstrucción del orden del sentido resulta hoy potenciada y entramada en relaciones de poder que se presentan a través de desplazamientos que hacen más ubicuos sus “centros de comando” y por medio de modos específicos de producción de imaginarios sociales a través de narrativas que trasuntan nuevas prácticas de representación y sin duda nuevas formas de subalternización.
A medida que se completa este desmontaje, una mutación conceptual estratégica se articula comprometiendo una nueva economía del sentido administradora de los territorios demarcados para el subalterno, sitios principalmente simbólicos, pero que de paso acarrean un rendimiento concreto en la posibilidad financiera de “valorización del terreno real”. Lo que en esta mutación se encuentra concretamente implicado, es el reemplazo de la integración social –y de su posibilidad- en términos simbólicos y materiales por negocios inmobiliarios de indiscutible plusvalía, los cuales han alejado a amplias capas de la población a una periferia cada vez más lejana, periferia tanto física y subjetiva, como política y social. Este escenario urge comenzar a pensar la ciudad más allá de planteamientos puramente territoriales[5], toda vez que la particular producción (y configuración del consumo) de "capital simbólico" que la especulación financiera realiza sobre el territorio de la ciudad, funciona como fetiche para despolitizar las relaciones sociales que se disuelven en gustos y estilos de vida[6].
En esta perspectiva, la intención de estas líneas es poner el acento sobre las nuevas narrativas sobre la ciudad -generadas a partir del creciente contexto de regulación del orden social a través del mercado y los sistemas financieros- y sus implicancias en el proceso de resignificación y transformación urbana que se lleva adelante desde las coordenadas de sentido aportadas por el ya señalado discurso neoliberal. En específico, pretende ser un acto reflexivo acerca de la operatividad de cierto repertorio de relatos sobre violencia y convivencia urbana que se ha instalado en la ciudad chilena en los últimos años, sus consiguientes modos de conceptualización y sus efectos irruptivos y disruptivos en el rediseño urbano[7]. La característica de este trabajo, entonces, es eminentemente aproximativa, toda vez que aspira a configurar una aproximación a cómo opera la “epistemología contrainsurgente”[8] del “delito” en el seno de los discursos de “seguridad ciudadana”, indagar sobre las estrategias de imposición de estas narrativas en la agenda social y cómo reproducen prácticas de subalternización que rinden lo suficiente para legitimar la transformación urbana a través del mercado, su consiguiente privatización del espacio público y recomposición de la cartografía urbana a través de la reubicación de sectores empobrecidos, allí donde puedan ser contenidos y fácilmente estigmatizados a través de la omisión del carácter de creación colectiva que tiene la convivencia, especialmente en condiciones de precariedad, desigualdad y exclusión que sin duda hacen altamente conflictivo el diario vivir[9].


LA NARRATIVA DEL MIEDO
Si no se siente aprecio y orgullo por el hábitat más cercano, difícilmente es posible asumir el orden social como algo propio y valioso. La fragilidad de este orden no sólo tiene un trasfondo histórico, sino que también tiene que ver con un estilo de modernización que no termina de consolidar sus raíces en la subjetividad de las personas, en tanto estas quedan marginadas y desplazadas del proceso de elaboración de sentido. Este es el efecto logrado por un texto-ciudad generado por la lógica neoliberal, que instala en el imaginario urbano el extrañamiento con el orden y con el espacio mismo de la ciudad a través de la apreciación y tratamiento mediático de los miedos de las personas, que hoy por hoy tienen una expresión sobresaliente en torno al delincuente. La violencia delictiva es percibida como la principal amenaza que gatilla el sentimiento de inseguridad, que no sólo es física ni remitida a la familia y el hogar, sino que tiene un efecto disuasivo en relación a significantes más densos relacionados con un sentido de transformación social tanto en lo material, pero principalmente en lo simbólico. Disidencia del modelo económico social: encapuchados violentos; expresiones de lo marginal: delincuentes; flaites. La necesidad conceptual de deconstruir los paradigmas de la nación y la independencia que trae aparejada la nueva economía política global[10], tiene su traducción en el plano efectivo de lo urbano en la desactivación de referentes de memoria e identificación que pueden significar retraso en el “flujo del modelo”, como puede ser la obstaculización de algunos planes especulativos en el plano inmobiliario. La efectividad real de estas estrategias de resignificación estigmatizadora, se puede visualizar en la llamativa desproporción entre la percepción y la tasa real de violencia urbana y criminalidad, siendo esto un indicador más que relevante para estos análisis.
En esta perspectiva, parecería que estuvieran operando categorías solidarias de las antiguas maniobras de la concepción de seguridad nacional que representara el cuadro significante de la dictadura militar, toda vez que el desmarque de la democracia con ese represivo referente no ha roto con un marco representacional que encuadra a la sociedad chilena en la dicotomía orden/caos. El orden ya no lo representa la escena militar sino el pulcro funcionamiento del mercado, representado por un orden urbano que privilegia su dinámica, su infraestructura y su estética. El caos hoy está en las avanzadas delincuenciales del mundo marginal al seno de ese orden y en los ataques al flujo y a la infraestructura del mercado que adquiere un carácter simbólico solemne en los bancos y algunas tiendas internacionales. El tránsito al componente “oscuro” de este binarismo significa la salida de marco y por consecuencia la desobediencia.
El asaltante del centro está situado en el caos, junto con los encapuchados que apedrean los bancos internacionales o las tiendas emblemáticas como los Mc Donals y otras. Atacar esas instituciones representa la trasgresión del orden pues el orden son ellas, es decir el mercado con sus centros reguladores del dinero y con sus dispensadores de placer. Por otra parte, la clara identificación y ubicación de los agentes del caos (hoy delincuentes y violentos) en sus radios de acción a través de las narrativas en clave de reality del miedo callejero, permite vaciar el espacio público de manera de resignificarlo en el no lugar que necesita el mercado para establecer exclusivamente su flujo y la imposibilidad de referencia e identificación; el espacio público es un lugar de paso solo funcionarizado en torno al consumo. Si el transeúnte establece una relación distinta con el “lugar de la calle” en el centro de la ciudad es la virtual próxima víctima.
El dibujo de la ciudad del cerco territorial y del arresto domiciliario vuelve en la formulación urbana de la seguridad ciudadana. El disciplinamiento social mediante la consigna de la modernización y de la represión hoy se ve variada en cuanto a que la persecución es redirigida al neo disidente, es decir, al delincuente y al violentista urbano, y en el plano de los medios este “insurgente” es ampliamente narrado bajo la semántica del lanza, del “violentista”, del “narco” y del “cogotero”. De esta manera, como se señaló, genera el efecto del miedo que legitima la acción del mercado en el reordenamiento de una ciudad pulcra y ordenada, que actualmente -por esta lógica tecnoeconómica relacional de capital y seguridad- es vaciada de sus antiguos centros de convergencia, constituyéndola en una pluralidad que determina a las personas a no moverse por los derroteros tradicionales de la ciudad y a refugiarse en otros centros y en otros barrios (los demás, los que no pueden con esto son contenidos y relegados a las periferias donde habita el caos y el desorden) que se han ido diferenciando rotundamente “estableciendo sus propios lugares de convergencia, más limpios, más ordenados, mejor vigilados, con más luz y mayores ofertas materiales y simbólicas”[11]. Estos nuevos centros, por otra parte, tienen igualmente la fundamental funcionalidad estratégica de constituirse en especies de nuevos “centros cívicos” donde la ciudadanía se configura en el mercado[12]. En este sentido, el Mall o centro comercial es por excelencia este nuevo centro, un simulacro de ciudad de servicios donde la geografía urbana desaparece eliminando los extremos propios de la ciudad. Es una especie de centro de práctica del nuevo ciudadano, donde a través de la narrativa publicitaria interioriza la nueva experiencia urbana que se independiza de las tradiciones y del entorno participativo, donde la historia es usada para roles serviles transformándola en un preservacionismo fetichista[13]. El Shopping en tanto simulacro de ciudad sin límites estables producto de la nueva lógica espacial, ejercita una nueva epistemología fronteriza que desplaza a las categorías y métodos de comprensión de la realidad tradicional e instala “dispositivos subjetivos” determinados por la lógica global del mercado[14].
Es así, entonces, como detrás de todos estos productos del reordenamiento neoliberal de la ciudad, podemos visualizar el efecto subalternizante de las nuevas narrativas de la violencia y de la delincuencia, en tanto se constituyen como dispositivos de transición conceptual y de utilización resignificante de determinadas terminologías[15]. El subalterno aparece en la migración cultural del pobre rebelde al delincuente marginal, del joven radicalizado al terrorista encapuchado, rótulos pertenecientes a la identificación del otro contenido en el nuevo pacto social impuesto por el pasado militar y por el nuevo orden neoliberal chileno. No hay que olvidar que la pregunta por la naturaleza del pacto social entre el subalterno y el Estado resulta fundamental para la implementación de un gobierno eficaz en el presente, así como para la planificación de su eficiencia en el futuro. Lo que pasa, sin embargo, es que el significado de eficacia en este contexto adquiere una acepción relacionada con el éxito económico financiero, más que con la satisfacción relacionada con la calidad de vida de los habitantes de la ciudad.
El pensamiento sobre el subalterno aparece, primariamente, como una negación, como un límite. Esta negación invoca agendas culturales que abarcan todo el espectro de instituciones y de significantes sociales, desde la escolaridad hasta las representaciones disciplinarias. La dinámica entre estas determinaciones y condiciones viene a constituirse en agencias[16] que –como se menciono con anterioridad- son modos de producción de hegemonías y subordinaciones cuya violencia en la construcción del otro no esconde su brutalidad epistémica[17]. La descripción del habitante de lo marginal, de las poblaciones o comunas periféricas, el cuma, se constituyó en la explicación y narración de la noción de lo peligroso en la ciudad, de la delincuencia y violencia establecidas como norma. Ahora bien, a partir de estas maniobras se ve facilitada la imposición de los principios de una civilidad idealizada y la consolidación de la preeminencia del “experto” en la comprensión, diagnóstico e intervención de la situación de “violencia”, lo que se traduce en la capacidad de determinar el cómo se debe vivir juntos[18]; con barrios privados, con zonas restringidas, con carreteras para ciertos sectores socioeconómicos, con desplazados dentro de la ciudad luego de perder la guerra de la economía. La debilidad de esta perspectiva sin duda no interesa demasiado, toda vez que su efectividad ha dado suficientes réditos monetarios, sin embargo no poder ocultar su ceguera ante la complejidad y conflictividad inherentes a la vida colectiva en condiciones extremas. La armonía que brinda el modelo de convivencia propuesto como remedio para la violencia, desconoce las diferentes combinaciones conflictivas en las que se produce la convivencia urbana, incluso aquellas que implican la misma violencia como resistencia o sobrevivencia a la violencia[19].
EL NEGOCIO DEL MIEDO
Pese a esta ceguera y al sentimiento de miedo e inseguridad, sumado a las consecuencias negativas de algunas formas de intervención sobre la violencia urbana (estigmatización, exclusión, desconocimiento de la realidad cotidiana y de sus formas organizativas), los habitantes de las comunas y barrios marginales, los grupos sociales de jóvenes principalmente marcados como víctimas y victimarios de esta violencia, han aportado generosamente a la vida de una ciudad en la cual cohabitan en situación precaria, despertado entre algunos ciudadanos la necesidad de fortalecer vínculos, formas de solidaridad y protección comunitaria, así como mecanismos de control sobre las intervenciones, que les devuelvan su carácter protagónico y vinculen la convivencia con el desarrollo de condiciones de vida digna para todos los habitantes[20].
Ahora bien, la operación (de limpieza) terapéutica de la convivencia se inicia con el desconocimiento de la convivencia que construyen en la cotidianidad y en condiciones de precariedad, desigualdad y exclusión los sectores marginales. Este desconocimiento lo realizan grupos de “expertos” que consideran a estos sectores como “intervenidos”, necesitados y dependientes de la intervención de su conocimiento experto. La “convivencia” previa, de algún modo aludida en las definiciones del problema que será intervenido, es siempre juzgada desde la tabla de valores establecida por esa idealidad armónica inexistente, erosionando la legitimidad de muchas de las prácticas y lugares socioculturales y de los agenciamientos territorializados de enunciación realizados por los marginados[21]. Se produce un proceso de expropiación de un saber/ hacer colectivo, el soporte común de la vida social, en manos de los expertos en el trabajo inmaterial (el que produce vínculos, afectos, ideas, organizaciones) que lo utilizan como recurso dúctil para el “mejoramiento” social. Las prácticas culturales y formas cotidianas de convivencia que no se reconocen como trabajo de los grupos o comunidades que las desarrollan, sí justifican cuantiosos empréstitos con las agencias internacionales de desarrollo, cuando se miden los resultados. De esta manera, la cultura se convierte en recurso explotable en la medida en que se la instrumentaliza por razones económicas o sociales, pasando a ser el terreno donde se forjan las nuevas narrativas de legitimación con el objeto de naturalizar el proyecto neoliberal de expurgar la organización de lo social. Este es el caso de la utilización antiviolencia de prácticas, formas organizativas y conocimientos sociales sobre convivencia purificados por la mirada terapéutica que, en forma de “participación comunitaria”, legalizan la intervención afirmando no solo la familiaridad sociocultural de la nueva “convivencia” propuesta entre los intervenidos, sino su voluntad de aportar ese plus (su quehacer “pasteurizado”) que en el cálculo costo/beneficio asegura la sustentabilidad de la intervención[22].
La importancia de las “prácticas culturales”, de los saberes y formas organizativas de las “comunidades” es resignificada desde una versión de la cultura como recurso, que tiene un soporte en una acepción profundamente administrativa: el concepto de “capital social”. Para esta concepción la solidaridad, confianza, mutualidad y organización pueden ser medidas, destruidas o acrecentadas de acuerdo con las necesidades del “desarrollo social”. Lo más interesante de este discurso sobre el capital social, que campea en los proyectos y estudios para la superación de las condiciones que generan la violencia, es que, como en el caso del capital económico, borra el trabajo que lo origina: aparece como un dato, no como un producto social que se le debe a sus generadores y del cual se hace una apropiación o explotación en lo que eufemísticamente es llamado “intervención”[23].
Resulta profundamente paradojal que el conocimiento de la forma cómo se convive en medio de los principales conflictos que caracterizan la ciudad, precisamente el capital que están aportando cotidianamente los habitantes de las comunas estigmatizadas, sea el gran ausente a la hora de hacer el balance sobre las intervenciones o de acreditar los saberes que han permitido “comprender” las violencias urbanas. La inquietud que genera esta situación obliga a preguntarse por la relación entre los saberes expertos y el conocimiento ordinario al interior de las investigaciones e intervenciones “sobre la convivencia”, en momentos en que muchos de estos conocimientos sociales están siendo privatizados tanto por patentes y derechos de autor como por estas intervenciones expertas para “el bien común” que omiten su origen colectivo[24], inscribiéndose así dentro de lo que se ha denominado como el mercado de la “seguridad” y la “vigilancia”, negocio levantado principalmente en torno a la delincuencia urbana, que mueve muchos millones de dólares, que crece cada día y que se podría denominar como “el negocio permanente del miedo”. Los mercenarios, policías privadas e incluso “ejércitos privados” adquieren cada vez un protagonismo más visible y evidente en la vida social de la ciudad[25].
La narrativa legitimadora de este negocio, como ya se adelantó, es la escenificación mediática del egoísmo y el miedo generalizados, el sentimiento de desconfianza, la sensación de que en la ciudad contemporánea la única regla que puede funcionar es el "sálvese quien pueda", de manera de crear la necesidad de seguridad en medio de tal vorágine de violencia y delincuencia urbana. Así, en base a esa inseguridad se construye un extenso campo abonado para el negocio. La alarma social que se genera con la manipulación y presentación artificial de fenómenos como el "terrorismo" y la "delincuencia" justifican la fuerte demanda, cada día más creciente, de cuerpos de seguridad exclusiva y privada que complementen la labor de las fuerzas paramilitares y policiales. Los mismos mecanismos que utilizan para auto legitimarse, les sirven para que el control social se generalice aún más y para que un nuevo sector económico florezca. La expansión del negocio de la seguridad privada en los últimos años alcanza cifras que así lo reflejan. En la década de los 90, el año más lucrativo para el negocio del miedo fue 1999, el peor año de la crisis asiática. Miles de cámaras y alarmas, rejas eléctricas y botones de pánico fueron vendidos, alcanzando las empresas de seguridad una facturación anual estimada de $ 50 mil millones, “casi lo mismo que roban los delincuentes”. Sumando transporte de valores y número de guardias, la facturación de dichas firmas alcanzaba los $ 200 mil millones[26].
Estos cuerpos paramilitares privados, al servicio de las grandes empresas, bancos, edificios públicos, y hasta de personas particulares que contratan sus servicios, tienen cada día una mayor presencia en nuestras calles y contribuyen en mayor medida a fortalecer una especie de militarismo cotidiano, haciendo que el tránsito por la ciudad discurra entre uniformes, pistolas y un ambiente represivo. Custodiando lujosas urbanizaciones, bancos, discotecas, edificios públicos, transportes etc., se puede decir que han roto con el tradicional monopolio de la violencia que ejercía el Estado, siendo ahora principalmente las entidades privadas las que cubren parte de sus "necesidades" de seguridad, pero sin las tradicionales funciones de “protección colectiva” que legitimaban la existencia de tal monopolio[27].
Pues bien, al parecer, finalmente, este “aglutinamiento de fuerzas” está marcado por determinadas especies de micro frentes de lucha, lo que estaría indicando la existencia de un combate social y político dentro de este nuevo modelo urbano. A simple vista no hay mucha confrontación real, sin embargo son evidentes los niveles de opresión, desigualdad y explotación. A pesar de esto, quizás a propósito de esto, las luchas en la ciudad actual son micro-sociales, la explosión los que ocupan casas, de la defensa de sectores de bajo nivel social por sus terrenos, impidiendo erradicaciones, la lucha contra policías que intentan limpiar una parte de la ciudad para que se vuelva más manejable para un nuevo circuito social, como ocurrió en Río de Janeiro o Sao Paulo etc. son claros ejemplos. Éstas son micro-luchas sociales donde el capital globalizado y su operativo urbano se ve confrontado. Quizás habría ahí un momento político, por lo menos un potencial, eso explicaría las nuevas estrategias subalternizadoras a través de las narrativas de la violencia delictiva, criminalizar la sedimentación de un magma social con potencia transformadora; hay una veta a explotar en términos de lo que expresa Sakia Sassen, en el sentido de que la violencia urbana expresa una lucha política y la ciudad actual, esa urbe que en Chile cada vez más se suma a la urbanización del mundo de la cual habla Augé[28], conforma un espacio de actores políticos que bajo ciertas condiciones pueden comenzar actuar[29].

LOS EFECTOS DEL MIEDO

Detrás de estas propuestas y a luz de estos datos, encubierto por los discursos de la violencia y de la necesidad de su “desactivación”, se encuentra un monolítico patrón cultural que pretende obliterar las diferencias y desigualdades entre los habitantes de la urbe, volverlas borrosas y extender la expresión continua de la sensibilidad urbana fraguada por el capital en la espectacularización del espacio público y de la arquitectura. Se intenta instalar una artificial convivencia que carece del necesario espesor socio antropológico que le de sentido y lugar a la convivencia colectiva[30] y que escenifica ahora al subalterno dentro de una situación –“armoniosa”- en la que las personas están cada vez más apartadas de cualquier línea de movilidad social[31]. Una violencia epistémica –junto con una explícita violencia física que esto conlleva-, aparece persiguiendo comprimir al subalterno dentro un espacio de negación de la diferencia. Sin embargo, la subalternidad constituye un espacio de diferencia no homogéneo, que no es generalizable, que no configura una posición de identidad, lo cual dificulta la formación de una base de acción política[32], pero que en términos sociales puede articular convergencias disruptoras como lo muestran ejemplos de otras latitudes: la rebelión inmigrante de Francia en el 2007 y el estallido social de Grecia recientemente. En todo caso, lo que estos ejemplos muestran, en definitiva, es que lo subalterno es “un nombre para el atributo general de la subordinación, ya sea que ésta esté expresada en términos de clase, casta, edad, género y oficio o de cualquier otra forma”[33].

Ahora bien, lo que la convivencia colectiva “idealmente configurada y violentamente instalada”, constituye a partir del staff de expertos e investigadores que moviliza, es lo que Guha denomina como la “prosa de la contrainsurgencia”, en tanto –parafraseando a este autor- el “saber” producido y acumulado en torno a la violencia y la delincuencia, constituye un archivo que sirve para construir los discursos disciplinantes y legitimantes (criminalísticos, sensacionalistas, políticos y otros) que pretenden representar estas insurgencias y ubicarlas en una narrativa teleológica de formación de la nueva ciudad y del nuevo Estado. El sentido de la historia es convertido en un elemento de cuidado administrativo en estas narrativas. En tanto que el subalterno es conceptualizado y entendido, en primer lugar, como algo que carece de poder de auto representación, por hacer de la seguridad del Estado y el nuevo proyecto urbano neoliberal la problemática central de las manifestaciones de violencia social (delictiva o marginal), estas narrativas (de perfeccionamiento del Estado, del orden legal y el contrapunto de ilegalidad de la ciudad, de modernización etc.) necesariamente le niegan al marginal el “reconocimiento como sujeto de la historia y su propio derecho a un proyecto histórico totalmente suyo”[34]. El marginal no tiene proyecto histórico porque el “flaite” no es un sujeto que puede representar una articulación contra que se reconozca en determinado pasado rescatado por una lectura rebelde de la historia, de su historia, y que se proyecte en torno a una sociedad –aunque no ideal- significada por algunos principios centrales de justicia social que como señala Spivak, no se pueden dejar de desear.

Pues bien, la visibilidad de la violencia y el tema de la seguridad ciudadana en Chile, a través de una amplia producción de información, de instalación de programas públicos y de tratamientos especializados de los medios de comunicación muestran la magnitud dada al fenómeno, constituyendo una especie de seña de un proceso de transformación urbana que en sí mismo constituye un asesinato de alcance colectivo: el de la ciudad. Este “acto” se comete a través de la reconversión estratégica de la ciudad, a partir de las reglas del mercado mundializado en un proceso en el cual ha aumentado la pobreza, se ha deteriorado el tejido social y se ha afectado la calidad de vida de sus habitantes, como lo muestran innumerables informes de organismos oficiales[35] pertenecientes a la misma red de estudio y elaboración de conocimiento y asesoría que monitorea estos procesos de gran escala.
Frente a esta realidad la violencia y la delincuencia han sido abordados de tal manera, que sus tratamientos no han revelado otra cosa que el creciente interés de control social por parte de las instituciones estatales y empresariales, a objeto de reconfigurar el imaginario social en torno a un conjunto de conocimientos y creencias hegemónicas que determinen el periodo histórico contemporáneo facilitando el proyecto neoliberal de transformación urbana. Para esto, por ejemplo, la identificación y definición de la población violenta como de las concepciones de violencia puestas en juego en clave de significante vacío que actúa como sujeto social (delincuentes juveniles, encapuchados, soldados de los “narcos” etc.), y, por otra parte, la definición de la convivencia armónica e ideal de los colectivos urbanos, son producidas desde la lógica tecnoeconómica que administra desconociendo, debilitando y borrando otras formas de saber, identidad o pertenencia que resultan no pertinentes para su gestión estratégica[36].
La fuerte estigmatización de los sectores marginales de la ciudad como violentos, irracionales y desalmados, hace borrosas las causas sociales que esta realidad esconde y funciona como factor determinante en el proceso de legitimación de la reconfiguración de los “torrentes” permitidos en el flujo urbano; a partir de aquí se justifican sin contrapeso el cierre de áreas de esparcimiento antiguamente de libre tránsito, hoy reservada casi exclusivamente al tránsito de los habitantes de barrios privados de alta plusvalía. En los discursos de muchos habitantes, se escucha legitimidad del cierre de estos lugares al libre tránsito, toda vez que “estos lugares se convierten en espacios para delincuentes provenientes de los amplios sectores marginales. En relación a esto, haciendo una pequeña inflexión, podemos pensar en el nuevo modelo político de redes y flujos urbanos advertido por Castell, modelo que separa y aísla la materialidad de las relaciones sociales[37], a través del auto despliegue voraz de la lógica tecnoeconómica. El rasgo distintivo de lo que denomina como megaciudades es una conexión exterior permanente al sistema económico global –en este caso, con sus estándares de vida incluidos- y una desconexión interior de las poblaciones locales que son funcionalmente innecesarias o perjudiciales desde el punto de vista dominante[38]. Precisamente la lógica conexión-desconexión con que los actores sociales marginales se mueven o más bien se ven obligados a moverse, desde el punto de vista político reticula la ciudad formando una constelación de fragmentos sociales, dibujando o desdibujando una ciudad fragmentada, desterritorializada y en la gran mayoría de las ocasiones estéril. En esta perspectiva, Deleuze señala -citando a guattari- que este imaginaba una ciudad en la que cada uno podía salir de su departamento, su calle, su barrio, gracias a su tarjeta electrónica (dividual) que abría tal o cual barrera; pero también la tarjeta podía no ser aceptada tal día, o entre determinadas horas; lo que importa no es la barrera, sino el ordenador que señala la posición de cada uno, lícita o ilícita, y opera una modulación universal[39]
A partir de estas censuras espaciales y sus efectos legitimantes en el discurso de las personas sobre su propio hábitat, se visibilizan los miedos y la seguridad en tanto productos sociales relacionados con nuestra experiencia de orden. Cualquier evento puede transformarse en una amenaza vital cuando no nos sentimos acogidos y protegidos por un orden sólido y amigable. La vivencia que se tiene del barrio y la ciudad responde hoy a un sentimiento de lo ajeno, adverso, disgregado y carente de significado emocional[40] y cuenta con una complicidad expresiva en la sensibilidad que potencian y consolidan los relatos sobre la violencia urbana que configuran los medios de comunicación y las coberturas de la prensa en general. Son frecuentes los reportajes rotulados con títulos como “Violencia en la ciudad”, que generalmente tratan sobre las recurrentes riñas entre jóvenes en los Barrios bohemios o sobre asaltos en los sectores más conflictivos. Luego, la percepción del habitante de “a pie” –que en los medios tiene una “visión de conjunto de la ciudad” [41] - se ve profundamente afectada por el “ambiente de tierra de nadie” que se “vive en las calles”, consignándose el espacio público de la ciudad entera como el gran lugar de riesgo, como el “lugar a evitar”, cuestión a todas luces posible de constatar en las encuestas de opinión sobre percepción de la violencia delictual[42] y en los relatos del imaginario urbano. Esto tiene una coherencia con el alto aumento –en los últimos años- de la construcción de complejos inmobiliarios cerrados, verdaderas mini ciudades que mantienen un mínimo contacto con la calle. Por otra parte, el creciente repliegue del espacio público de la ciudad muestra también como efecto, interesante de indagar, el fenómeno de desagregación y desintegración ciudadana con enfrentamientos entre vecinos producto planes de erradicación y reubicación social.

En suma, la segregación espacial y el abandono del centro tradicional, plantea una transformación importante en los usos tradicionales del espacio público de la ciudad. No sólo las elites se segregan cada día más, sino también otros grupos sociales medios y populares siguen un patrón similar por razones de seguridad. Estos factores unidos al crecimiento en la periferia y diversificación de servicios, da como resultado que ya no exista un solo centro, sino múltiples centros dispersos. La ciudad es hoy día policéntrica y con diversos polos de desarrollo. A pesar de que en algunas de ellas todavía existe un centro simbólico, en la mayoría de las ciudades ya no es posible definir cuál es su centro. La ciudad se extienden como una gran mancha que se pierde en el horizonte y sus habitantes difícilmente llegan a conocerla en su totalidad.
De esta manera se comienza a consolidar una especie de concepto negativo de ciudad, una no ciudad ubicua y transparente que se extiende a cualquier lugar, sin referencias a las bases formales de la ciudad al anular la geografía y la historia y que se constituye en una especie de estrato paralelo, desconectado de su entorno e hipervinculado al resto de ciudades que forman parte de ella a través del esqueleto electrónico del sistema financiero. Una ciudad que se desarrolla sobre desarticulados pedazos de convivencia social y el reforzamiento de la fragilidad, el individualismo y la experiencia del extrañamiento. La ciudad padece, de esta manera, una descorporización a través de la densificación de los flujos y el reemplazo del intercambio de experiencias entre las personas. La realidad se debilita y el ciudadano experimenta un desarraigo en lo colectivo y en lo individual con la consecuente borradura de memoria que gatilla un arrasamiento de la producción cultural autónoma. Así, los referentes que alguna vez se reconocieron en el espacio público sufren su propia disolución, siendo reemplazados por el protagonismo de la inseguridad, la angustia cultural y la pauperización psíquica de los ciudadanos, aceleradoradores de los potenciales de agresividad y factores de legitimación inconsciente del paliativo del consumo. En definitiva, lo que se aprecia es que las identidades ya no se producen desde lo local, desde la identificación con una pertenencia, el yo, el nosotros y los otros es producido y significado desde el mercado, desde los flujos de las redes, desde un espacio otro, cuestión que difumina la ciudadanía y termina travistiendo la irrenunciable voluntad de mejorar las condiciones de vida de miles que hoy constituyen los hoyos negros de la ciudad.





ENREDANDO EL ARGUMENTO
Procesos como la "elitización" o el afianzamiento y expansión de enclaves de exclusión son algunas muestras de la creciente segregación urbana producida por los “mecanismos naturales de regulación” que el neoliberalismo pone en acción[43]. Se ha visto que para consolidar este proyecto urbano la implementación de estrategias subalternizadoras, solidarias con doctrinas de lógicas autoritarias y fanáticas del orden y de la integridad, se vuelve una urgencia central toda vez que el rediseño urbano, la especulación inmobiliaria y la escenificación de una ciudad espejo de las relaciones de poder vigentes en la sociedad de cuño neoliberal, requiere del establecimiento de un consenso que asegure la “obediencia habitual” de la población al encuadre de la consigna modernizadora[44].
En esto, bien es sabido que la política se constituye en la materia prima de la historia, dejando fuera y al margen las voces pequeñas, las que en el caso de la ciudad chilena son lamentos fugaces de los que no tienen empleo por vivir en “sectores peligrosos”, de los que reciben los embates de la policía en allanamientos masivos detrás de drogas, de los que son estigmatizados cuando toda su comuna aparece como protagonista de las crónicas rojas etc. Detrás de estos fenómenos hay una legalidad operando y es a ella sobre la que se debe ir, reconociendo el protagonismo del Estado y de los sectores que lo copan en la ordenación y normativización de una historia local que hizo transitar a los pobladores organizados y refractarios a la dictadura, hacia los grupos de narcotraficantes y delincuentes que “ahora repletan las poblaciones”. De esa manera se visualizaría los orígenes y las consecuencias de la desarticulación de las formas de convivencia y organización de esos sectores, especialmente a principios de los años 90 cuando por ejemplo la droga entró con violencia en las poblaciones marginales al ser desarmada toda la red de resiliencia social que funcionaba en los sectores periféricos, organizaciones culturales, de subsistencia colectiva y de organización de las decisiones en torno a la convivencia de los pobladores. Sin duda este es un tema que abre flanco a estudios en el orden de la sociología y de la antropología especialmente para hacer posible una lectura de los cambios –desde lo popular- ocurridos en el proceso de construcción de auto representación y de resignificación del territorio reflejados a partir de las nuevas o inexistentes formas de organización colectiva presentes.
Pues bien, en este sentido, la lectura en reversa propuesto por Guha –creemos- hace posible el cambio de sentido de los patrones canonizados en torno a la convivencia ideal. Esta lectura de la historia y de la realidad pone al descubierto una nueva sensibilidad, en el momento en que el subalterno transgrede su lugar “asignado” y comienza a ejercer su propio poder epistemológico a través de narrativas propias que se reconocen en agencias contra estatales y –aunque no conscientes políticamente si se quiere- contra neoliberales. Narrativas escurridizas al proyecto del relato hegemónico, en tanto no pueden ser articuladas por principios de lecturas hermenéuticos puestos desde la lógica de la experticia académica dominante, abriendo la posibilidad de nuevas formas de pensar y de actuar políticamente junto con la revisión crítica de las epistemologías que cumplen funciones subordinadoras en los cuerpos de conocimiento puestos al servicio de las maniobras disciplinantes del modelo de urbanización antes expuesto.
De esta forma, cabe la posibilidad de realizar las pretensiones centrales del pensamiento subalterno, es decir, desplazar los presupuestos descriptivos y causales utilizados por los modelos dominantes para representar y construir la realidad. La lectura en reversa puede permitir identificar justamente las distorsiones realizadas por el discurso del Estado chileno y todo el stablismen económico-político para representar a los sectores marginales o de la disidencia social, realizando los desplazamientos ya mencionados bajo las lógicas disciplinantes de la reconversión del binarismo dictatorial orden/caos.
El sujeto subalterno es no es una sola cosa, es mutante y migrante, no un sujeto ausente que puede ser movilizado únicamente desde arriba. Sin embargo, en las actuales condiciones sociales en Chile, el disciplinamiento que se expresa en las relaciones establecidas a partir del proyecto de ciudad que se está implementando, parece no tener contrapeso. Hasta ahora estas maniobras han tenido una eficiencia lamentablemente evidente. Sin duda esto es un desafío que la teoría tiene por delante, concordante –por ejemplo- con la naturaleza ética y epistemológica del consenso presente en las líneas de análisis del los Estudios Subalternos, que apunta precisamente a la necesidad de construir una sociedad más democrática –en el sentido efectivo de la palabra- y, decimos, a evitar que el mero ejercicio descriptivo expresado en frías cartografías desplace los componentes efectivos de la realidad en una sumatoria de significantes vacíos que desactiven cualquier intento por transformar las condiciones de vida que campean sobre los más excluidos y marginados.













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-Yudice, Goerge, “Industrias Culturales” Pensar Iberoamérica, Revista de Cultura de la OEA, N°1, Septiembre de 2002.

Revistas Electrónicas

-http://www.atributosurbanos.es/terminos/ciudad-difusa/

-http://www.revistateina.com/teina/web/Teina4/dossiesassen.htm

-(Entrevista a Gayatri Spivak) http://salonkritik.net/archivo/2006/03/una_entrevista.php












[1] Cornejo Polar, Antonio, “Una heterogeneidad no dialéctica: Sujeto y discurso migrante e el Perú moderno”, Revista Iberoamericana 176-177, USA, Universidad de Pittsburg, pp 57.117
[2] Castell, Manuel, El espacio de los flujos, en El Surgimiento de la Sociedad de Redes, http://www.hipersociologia.org.ar
[3] Flaite es un término ofensivo que se les da a los jóvenes morenos de sectores marginales, que se visten a la moda hip hop y que tienen un lenguaje propio e inentendible, que apenas pasan de 8° básico y generalmente roban o por sorpresa (lanza) o con intimidación (cogotero). El nombre proviene de fly (volar en ingles) -er (terminación en para persona en inglés) flyer (volado) = flaite. Los “flaites” copian muchas costumbres argentinas, por medio de la cumbia villera. La mayoría de los flaites son fanáticos del fútbol sobre todo de los equipos de convocatoria en Chile.
[4] Este irruptor escenario expresa –igualmente- un corrosivo proceso de desplazamientos en el régimen de los sentidos del entramado de relaciones humanas contenidas dentro de los amplios márgenes del espacio urbano. Este reordenamiento de los significados evidencia la transformación de las circunstancias en algo que ya no puede ser entendido como una prolongación de los mundos modernos, sino como algo muy distinto y a lo cual le cabe –aunque sin ausencia de discusión- el concepto genérico de lo “postmoderno”

[5] http://www.atributosurbanos.es/terminos/ciudad-difusa/
[6] Harvey, D. The condition of postmodernity. Londres: Basil Blackwell, 1989.
[7] Recurriremos a ejemplos referidos a la realidad urbana del gran Concepción, segunda ciudad en tamaño de Chile y que tiene en su conurbación alrededor de un millón y medio de habitantes. Hemos querido recurrir a este tipo de referencias para hacer evidenciar aun más las narrativas que operan en el discurso de la delincuencia, toda vez que el caso Santiago hay una sobresaturación evidente y puede levar a pensar que se produce por una realidad focalizada en la urbe mayor. Sin embargo, el proceso de transformación urbana referido es más bien una característica central del modelo neoliberal imperante en el país y despliega sus efectos en sus ciudades no tan reconocidas en el escenario internacional y por qué no decirlo nacional.

[8] Guha, R., “Preface”, en Guha, R., y G. Spivak (eds.), Selected Subaltern Studies, New York, Oxford University Press, 1988, p. 35

[9] Hleap B., José. El bueno ciudadano: conocimiento social y saberes expertos en la convivencia ciudadana. En publicación: Nómadas No. 25 . IESCO, Instituto de Estudios Sociales Contemporaneos, UC, Universidad Central, Bogotá: Colombia. Octubre2006. Disponible en: http://www.ucentral.edu.co/NOMADAS/nunme-ante/21-25/nomadas-25/p134-143.PDF ISSN: 0121-7550.

[10] Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos, Manifiesto Inaugural, en Teorías sin disciplina, Compiladores: Castro Gómez, Santiago – Mendieta, Eduardo, , México, Universidad de San Francisco, 1998

[11] Sarlo Beatriz, Escenas de la Vida Posmoderna, Espasa Calpe, Buenos Aires, Argentina, 1997
[12] Sarlo Beatriz, Op Cit, Pág. 18
[13] Sarlo Beatriz, Op Cit, Pág. 19
[14]Mignolo Walter, “Posoccidentalismo: el argumento desde América Latina”, en Teorías sin disciplina, poscolonialidad y globalización en debate, (compiladores Castro-Gómez, Santiago; Mendieta, Eduardo), Universidad de San Francisco, México, 1998
[15] Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos, Manifiesto inaugural, OP CIT
[16] Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos, Manifiesto inaugural, OP CIT
[17] Spivak, Gayatri Chakravorty, “¿Puede Hablar el Sujeto Subalterno?”, en Revista Orbis Tertius, Año III Nº6, Argentina, 199 8, pp.189-235.
[18] Hleap B., José. OP CIT.
[19] Hleap B., José. OP CIT.
[20] Hleap B., José. OP CIT.
[21] Deleuze, Guilles, Guattari, Felix, Mil Mesetas, Pre-textos, Valencia, España, 2000
[22] Yudice, Goerge, “Industrias Culturales” Pensar Iberoamérica, Revista de Cultura de la OEA, N°1, Septiembre de 2002.
[23] Hleap B., José. OP CIT.
[24] Hleap B., José. OP CIT
[25] Monde Diplomatique, El Negocio del Miedo, Editorial Aun creemos en los sueños, Santiago , Chile, 2006
[26] Ramos, Marcela, Guzmán de Luigi, Juan. La Guerra y la Paz Ciudadana’, LOM, Santiago de Chile, 2000.
[27] En este sentido, otros de los efectos de estas narrativas es en el campo de la representación política, en la legitimación de una nueva concepción y funcionalidad en la organización del Estado, que beneficie y consolide la concepción política y social del neoliberalismo global.
[28] Auge, Marc, Por una Antropología de la Movilidad, Gedisa, Barcelona, 2007
[29] http://www.revistateina.com/teina/web/Teina4/dossiesassen.htm
[30] Hleap B., José. OP CIT.
[31] Entrevista a Gayatri Spivak, http://salonkritik.net/archivo/2006/03/una_entrevista.php
[32] Entrevista a Gayatri Spivak, http://salonkritik.net/archivo/2006/03/una_entrevista.php
[33] Guha, R., “Preface”, en Guha, R., y G. Spivak (eds.), OP CIT
[34] Guha, R., “Preface”, en Guha, R., y G. Spivak (eds.), OP CIT
[35] Informe sobre Desarrollo Humano PNUD, 2005
[36] Hleap B., José. OP CIT.
[37] Castell, Manuel, Op Cit.
[38] Castell, Manuel, Op Cit.
[39] Deleuze, pilles, Postdata sobre las sociedades de control, en El Lenguaje Libertario (antología del pensamiento anarquista contemporáneo), Ferrer, Christian (Compilador), Terramar Ediciones, Argentina 2005.
[40] Lechner, Norbert, Nuestros miedos, en Entre la II cumbre y la detención de Pinochet, Flacso, Santiago de Chile, 1999.
[41] Barbero, Martín, Oficio de cartógrafo, Fondo de Cultura Económica, Argentina, 2004.
[42] Diario El Sur, Septiembre 4 de 2008.
[43] Díaz Azorueta, Fernando. "Ciudad neoliberal, desigualdad y nuevas movilizaciones". En: Pobreza, cultura y ciudadania: una contribucion al 5º Foro de la Alianza Mundial de Ciudades contra la Pobreza / editores: Gabriel Ferrero y de Loma-Osorio y Maria de los Llanos Gomez Torres. Valencia : Universidad Politecnica de Valencia, 2006.

[44] Serrano Gómez, Enrique, Legitimación y Racionalización. Weber y Habermas: la dimensión normativa de un orden secularizado, Anthropos, en coedición con la Universidad Autónoma Metropolitana (México), Barcelona, 1994.

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