sábado, 4 de abril de 2009

PROCESOS DE REGENERACIÓN EN EL ESPACIO URBANO POR LAS INICIATIVAS DE AUTOGESTIÓN Y OKUPACIÓN




Jorge Dieste HernándezÁngel PueyoUniversidad de Zaragoza

El movimiento de okupación de viviendas, con sus actuaciones sobre la ciudad consolidada, constituye un ejemplo de rehabilitación y regeneración de edificios abandonados y funcionalmente inservibles para la ciudad. De manera autogestionada y popular logra un uso compartido del espacio accesible a toda la ciudadanía, lejos de las nuevas teorías sobre el control y la seguridad de las personas e inmuebles provenientes del urbanismo norteamericano. La recuperación de espacios, hasta entonces inservibles para la ciudad y para la comunidad es un hecho reflejado a través de más de veinte años de historia de los denominados popularmente entre el movimiento okupa como Centros Sociales Okupados Autogestionados (C.S.O.A.). Cómo son estos espacios, por qué son así, con qué fin son realizados desde el movimiento de okupación de viviendas, y cúales son los efectos sociales, territoriales y urbanisticos que pueden suponer el desarrolllo de alternativas de autogestión a los modelos especulativos actuales.
Palabras clave: okupación de viviendas, C.S.O.A. (Centro Social Okupado Autogestionado), rehabilitación.
Abstract
The squatting movement with its acting upon the consolidated city works as an example for rehabilitation and regeneration of abandoned buildings functionally unuseful for the city. At a popular and self-determinated way it creates a shared use of space for the hole citizenship, far away from the newest theories about the control and security of property and population coming from US-urbanism. The recuperation of spaces, unuseful till that moment for city and community is a fact shown through more than 20 years history of what squatters call Squatted and Self-determinated Social Centres (C.S.O.A.). How this spaces are, why they are this way what is the reason for the squatting movement to organice them.
Key words: squatting, C.S.O.A. (Squatted and self-determinated Social Centres), rehabilitate.
En los últimos años la actuación sobre el espacio urbano se ha concebido muchas veces como una actuación escenográfica, con el desarrollo de proyectos emblemáticos que transforman paulatinamente el espacio circundante; o como intervenciones en las que las infraestructuras de alta capacidad y equipamientos públicos deben constituir los motores para el cambio de tejido urbano y social. (Bonnet 1994; Le Bras1994).
Ejemplos próximos los tenemos con las olimpiadas y el forum de las cultura en Barcelona, la exposición universal de Sevilla, el Guggenheim en Bilbao, la ciudad de la ciencia y las artes en Valencia, o la próxima llegada de la alta velocidad a Zaragoza. En todos ellos se han concentrado esfuerzos en la potenciación de unos aspectos de la ciudad, reforzando su imagen y presencia en un contexto internacional y globalizador en el que, cada vez más, compiten con la especialización los espacios urbanos.
No obstante, inmersos en el desarrollo de proyectos urbanos se refuerza el papel de la ciudad-vitrina con voluntad de prestigio y ostentación de los conjuntos inmobiliarios de empresas, en la organización de grandes valores y ferias internacionales procurando grandes equipamientos como reclamos publicitarios para el crecimiento y motor urbano, etc. Aunque muchos de los costes (financieros, de equipamientos, o en infraestructuras) tengan que ser asumidos por la colectividad para ser disfrutados por las élites sociales. (Zeynep, Pavro, Ingensoll, 1994).
Además del olvido de los intereses generales de los más desfavorecidos (Bassand et alt; 1994) se huye de la reflexión ligada a la utopía y las ideas, de acercarse a unos presupuestos como ya planteaban en décadas anteriores con proyectos en los que “las formas de los tiempos y del espacio serán, salvo experiencia contraria, inventadas y puestas en la práctica” (Lynch, 1975).
La imposición de la rentabilidad socioeconómica, de la inmediatez en la transformación del espacio nos aleja de la necesidad de plantear utopías que deberían de ser consideradas experimentalmente, estudiando sobre el terreno sus implicaciones y consecuencias. Estas pueden sorprender cuando los espacios con éxito se consideran aquellos favorables a la felicidad. (Lefebvre, 1969).
Es en este marco conceptual donde cobra sentido los presupuestos de los C.S.O.A., Centros Sociales Okupados Autogestionados, que pueden ser uno de los elementos en la actuación en el urbanismo actual con una fuerte carga utópica e ideológica. Las intervenciones sobre el espacio urbano podrían responder a conceptos del urbanismo unitario propuesto por los geógrafos y urbanistas situacionístas, o cercanos a estas teorías; estos hechos no son muy frecuentes y sólo son realizados por sectores del movimiento okupa más cercano a esas líneas de actuación.
En este trabajo se va a reflexionar sobre la regeneración social que puede suponer modelos alternativos de intervención por la okupación de inmuebles y la autogestión. Por ello, para esta investigación se ha aplicado una técnica de estudio y análisis perteneciente al movimiento situacionista como es la deriva (Debord, 1999). La deriva consiste en recorrer las calles de una determinada ciudad sin rumbo fijo aparentemente. Es una forma de investigación espacial y conceptual de la ciudad a través del vagabundeo; ello implica una conducta lúdica-constructiva centrada en los efectos del entorno urbano sobre los sentimientos y emociones de las personas, y mediante este método de trabajo se puede adquirir una conciencia crítica del potencial lúdico de los espacios urbanos y de su capacidad para generar nuevos deseos. La deriva es también utilizada por kevin Lynch para reconocer los principales elementos de la ciudad de acuerdo a la metodología de la geografía de la percepción -nodos, hitos, vias, etc- (Lynch, 1984).
Actualmente, algunas de las intervenciones de más resonancia social en el espacio físico de la ciudad occidental son llevadas a la práctica por los sectores más reformistas del movimiento de okupación, los cuales plantean la recuperación del espacio urbano o unas intervenciones sobre éste tratando de integrar los nuevos espacios creados o abandonados dentro del urbanismo del municipio, y atendiendo a las propias normas que rigen éste. Estos casos se dan sobre todo en las grandes urbes como, por ejemplo, en la ciudad de Madrid -con propuestas como la de recuperación, rehabilitación y reconfiguración del edificio de Embajadores o proyecto de Centro Social Okupado de Mujeres La Eskalera Karakola -actuaciones en funcionamiento más recientes en el tiempo, y que pertenecen a iniciativas del movimiento de okupación de viviendas-(Martinez, 2002).
Por otra parte, los C.S.O.A. son espacios diferentes en la ciudad, recuperados para tener una función social y espacial frente al abandono y la ruina de los inmuebles en donde se localizan. Las personas o colectivos que integran estos movimientos de okupación de viviendas tratan de recuperar edificios abandonados significativos para la ciudad y la vida en comunidad y que carecen de funcionalidad urbana en el momento de su okupación. Se consideran como espacios de especulación atendiendo a intereses inmobiliarios que olvidan el uso comunitario del espacio urbano y priman los intereses y beneficios de los propietarios sobre el suelo urbano edificable. Se pretende recuperar el sentido e identidad del lugar, en el que una persona puede reconocer o recordar un sitio como algo diferente a otros lugares, en cuanto tiene un carácter propio vivido, o excepcional, o al menos particular. (Lynch, 1985).
Por ello, desde la actual perspectiva que mantiene el movimiento de okupación de viviendas, hablar de urbanismo, supone planteamientos en la gestión, poder, diseño, función, espacio y dominación. Las ciudades y las reformas o actuaciones que en ellas se producen tienen un sentido claro de organización acorde a la lógica capitalista, olvidando a las personas, a sus necesidades residenciales y de socialización en comunidad. Si bien ésto es así, también se puede afirmar, que hay una parte de los proyectos de C.S.O.A. que no prosperan, no producen una recuperación del espacio físico e, incluso, provocan una mayor degradación de la zona. La ciudad -y en especial el centro- se concibe en algunos modelos como una factoría de servicios y no en el lugar de residencia de la población; la generación de plusvalías económicas es el actual fin de muchas de las actuaciones urbanas en la ciudad, tanto por parte de los grupos inmobiliarios, como por parte de los ayuntamientos (Fernández, 1993). Éstos mediante los Planes Generales de Ordenación Urbana adaptan, modifican y recalifican las diferentes partes de la ciudad atendiendo a los principales intereses del urbanismo actual (financiación, seguridad, control, despilfarro del espacio, individualismo, etc). Sólo responden a la necesidad de mantener los precios del mercado y que, bajo ningún concepto, ninguna empresa privada y pública están dispuestas a perder. El urbanismo se convierte en dinero, el suelo urbano pasa a ser solamente mercancía; los barrios de la ciudad son menos humanos por una menor comunicación entre vecinos. Las ciudades modernas tienden hacia una estructura cada vez más cercana a la creación de Barrios de Control Social (B.C.S.): en éstos, a las sanciones del código penal o civil, se une la planificación del empleo del espacio con el fin de crear lo que Michael Foucault habría calificado, sin lugar a dudas, de nuevas instancias de la evolución del “orden disciplinario” de la ciudad del siglo XX. El control disciplinario procede distribuyendo los cuerpos en el espacio, colocando a cada individuo en una división celular, creando un espacio funcional fuera de este acuerdo espacial analítico. Al final, esta matriz espacial deviene a la vez real e ideal: una organización jerárquica de este espacio celular y un orden puramente ideal impuesto tras sus formas. (Davis, 2001).
Este modelo urbano, en el que se maximizan las actuaciones emblemáticas y el desarrollo de redes de la interconexión en el contexto global (Viard, 1994), supone el desarrollo de un urbanismo emblemático, en el que se potencian los modelos de seguridad y el control de las mercancias y de las personas (Lueck, 1995), y en el que se maximiza la sectorización de actividades y se mantiene un modelo medioambientalmente insostenible (Pigeon, 1994).
En muchas ocasiones estos modelos urbanos segmentan y olvidan a los colectivos más débiles sin conjugar las reglas de una economía de mercado en un mundo glocalizado con necesidades de todos los ciudadanos (Lussault, 1993). Jóvenes, ancianos, inmigrantes y minorias étnicas o culturales se convierten en los marginados de los nuevos modelos urbanos occidentales. (Fernández, 1993; Davis, 2001).
En este contexto los C.S.O.A. plantean romper con estas dinámicas que no son frenadas por la instituciones públicas y que se alejan del modelo de ciudad mediterráneo, abierto, libre e intercultural de la comunidad, cada vez más segmentado, confrontado y organizado en guetos. Pero, ¿Qué son los centros sociales o qué capacidad tienen o desarrollan para romper con estas dinámicas, o para hacerles frente?. Como centros experimentales de creación de nuevos entornos posibles, como los denominó K. Lynch en su obra ¿De qué tiempo es esta ciudad? (Lynch, 1975) reunen estas condiciones como espacios destinados a concebir y evaluar nuevos entornos posibles, nuevos modelos de vida, desarrollados de una manera verosímil y autogestionada, con una validez como modelo que le otorga su experiencia y existencia en la realidad urbana occidental durante más de veinticinco años. Adaptados y utilizados por millares de personas tanto en nuestro país como, especialmente en otros espacios de la Europa Occidental han alcanzado un reconocimiento e, incluso, legalización que les ha convertido en pieza alternativa y complementaria de los servicios culturales, sociales y/o alojamiento de los grupos marginados por el modelo social imperante. (Donostialdeko okupazio batzarra, & Likiniano Elkartea, 2001).
Ya en el último cuarto del siglo pasado se creía que estos centros dedicados al estudio de los prototipos no serían pequeñas utopías, ni una evasión de la sociedad. Diferenciados de las comunas del siglo XIX y XX muestran cómo desarrollar nuevos rasgos a partir de esta situación preexistente. No intentan una reforma total sino que experimentan modificando alguna variable clave, concentrando las actuaciones en unos pocos centros. Estos no son experimentos aislados, constituyen instrumentos de enseñanza, abiertos al escrutinio, destinados a devolver sus resultados a la sociedad para su repetición y comprobación; son realistas, limitados y evolutivos (Lynch, 1975).
No obstante ya estas opciones generaban un choque con los hábitos culturales e ideológicos del momento, mirando con temor los prototipos radicales que plantean reflexiones profundas sobre el derecho privado de la propiedad, el desarrollo de cauces abiertos, plurales y realmente democráticos sobre los cambios futuros y alternativas del entorno, a contrapelo de los deseos de muchos de los organismos actuales y de intereses encubiertos. Estas propuestas afectan a dos importantes campos de batalla: el enfrentamiento de los derechos privados frente a los derechos públicos en la esfera de los recursos, por un lado, y las luchas en los diversos grupos sociales, por otro. Algunas pueden llevarse a cabo con una pequeña resistencia, pero otras generarán un acaloramiento considerable. Existen maneras de enmudecer ciertas oposiciones, pero hay otras cuestiones fundamentales que no hay modo de eludir. Sin embargo, a estas alturas debe estar claro ya que su realización compensa el coste de vencer esas resistencias. (Lynch, 1975.)
Bajo estos presupuestos los C.S.O.A. podrían ver legitimadas sus acciones dentro de la ciudad, ya que su acción potencial se dirige a toda la población en general, con unas funciones orientadas a la sociedad civil sin distinción de creencias, niveles económicos o etnias. A pesar que en Europa occidental se han desarrollado, con mayor o menor fortuna, políticas basadas en el estado del bienestar, esto no ha supuesto que se haya llegado al conjunto de la sociedad. Al contrario, en las últimas décadas se ha acrecentado la liberación del modelo económico, se ha puesto en entredicho el funcionamiento del sector público y se han manifestado nuevas facetas en la organización social –inmigración, nuevos modelos familiares y en valores, emergencia de minorias, cuestionamiento de los valores tradicionales, etc-. Esto ha supuesto la existencia de lagunas asistenciales, cada vez más importantes, que no están considerando las nuevas demandas de los grupos marginales o el desarrollo de propuestas interculturales que impulsen los valores y las potencialidades de la sociedad occidental. (Martinez, 2002).
Por ello, muchos de los servicios de los C.S.O.A., se presentan como complementarios a los del estado y a disposición de toda la población de forma gratuita, atendiendo en especial a las minorías y aquéllos que se encuentran excluidos del modelo social imperante, generalmente los grupos sociales más pobres de la sociedad. Estas afirmaciones coincidentes con las expuestas anteriormente por Kevin Lynch y son las que preconizan los movimientos sociales antiglobalización, en los que se empieza a confrontar los deseos y necesidades de la sociedad civil, tanto de los países centrales como periféricos, con los objetivos de las oligarquías económicas y de los grupos políticos. Es, sobre todo, en las sociedades democráticas occidentales donde más claramente se observa esta desintonía y confrontación entre colectivos.
Ello supone el desarrollo de actividades o funciones de utilidad pública que van desde centros para la creación de autoempleo, tratamiento de toxicómanos, asesorias jurídicas, a la animación sociocultural, dependiendo del carácter en que se implique al C.S.O.A. desde su grupo gestor. No teniendo en cuenta que las acciones se dirigen hacia colectivos situados en los margenes de la sociedad (jóvenes, inmigrantes, minorías étnicas o culturales, etc). Esta labor, en la mayoría de ocasiones se realiza de manera gratuita y desinteresada, evitando la transacción mercantil y favoreciendo el trabajo a favor de la comunidad. (Donostialdeko okupazio batzarra, & Likiniano Elkartea, 2001).
Al tratarse de centros autogestionados, que se encuentran fuera de la maquinaría y control habitual de los organismos públicos, se perciben muchas veces como centros de segunda categoría. No obstante, en aquellos espacios urbanos con problemas de marginalidad, en los que el aparato público no realiza más que parches o, incluso, están relegados de las políticas asistenciales, los C.S.O.A. se convierten en los estructurantes del espacio urbano y, fundamentalmente, del tejido social. Así, la actuación de los C.S.O.A., supone la recuperación del espacio, y en áreas degradadas o abandonadas es rápidamente percibido de forma positiva por la ciudadanía, generándose una nueva percepción en la valoración del barrio, con nuevos lazos sociales y, en muchas ocasiones, una paz social que hasta ese momento no existía. (Martinez, 2002).
El movimiento okupa se encontraría, no obstante, confrontado ideológica y prácticamente, al modo social establecido, al rechazar muchas de las manifestaciones y normas establecidas, autoinstituyendose como una comunidad diferenciada que pretende una transformación urbana y social. Se plantea así la cuestión legal y social de aceptar estos nuevos espacios alternativos.
Así, en el Estado Español, la aceptación de los C.S.O.A., sólo se ha producido de una forma amplia y consensuada en el país vasco; algunas poblaciones o entidades locales han legalizado los gaztetxes o se practica una política de tolerancia hacia ellos, con resultados muy positivos en la generación de lazos interculturales. No obstante, su análisis pormenorizado exige enmarcar su desarrollo y evolución dentro del contexto sociopolítico que vive Euskadi. (Donostialdeko okupazio batzarra, & Likiniano Elkartea, 2001). En el resto del territorio nacional no existe una legalización de los C.S.O.A. de forma tan clara y aceptada por el conjunto de la sociedad, aunque sí alguna que otra experiencia de espacio “tolerado” durante un cierto tiempo. Actualmente ya hay expectativas serias de legalización de algún C.S.O.A., y, en la mayoría de las ocasiones hay una permisividad sobre espacios okupados destinados exclusivamente a función residencial.
El mayor número de experiencias en legalización se encuentran en otros países de la Europa Occidental como Alemania, Países Bajos, Italia y Suiza, realizada en los primeros años de la década de los ochenta según los acuerdos del grupo T.R.E.V.I. (Terrorismo, Radicalismo, Extremismo, Violencia Internacional), antes de la entrada en vigor de los acuerdos de Schengen. Estas legalizaciones fueron favorecidas por la importante presión ciudadana que logró movilizar a importantes sectores de la sociedad y se produjeron en un momento en el que la existencia de fuertes movimientos especulativos que alzan el precio de los inmuebles, especialmente en las zonas urbanas centrales y/o mas consolidadas.(Colectiu Venganza, 1990).
La respuesta ante hechos y circunstancias, como son el fenomeno de la okupación de viviendas, bien necesita de una respuesta diferente a la que se le proporciona en la actualidad por los poderes públicos; más acorde a la expresada y llevada a cabo en los paises más adelantados social y urbanisticamente de la Europa Occidental. Habitualmente, la respuesta entre la confrontación de intereses se lleva a cabo mediante acciones judiciales o policiales. Tal vez, en un mundo cada vez más legalista habría que consensuarla en la búsqueda de soluciones negociadas “fuera de todo procedimiento judicial o articularse con medida de justicia, contribuyendo a la restauración del tejido social en el barrio y en la ciudad” (Borja, Castells, et alt, 1990). Este modelo de consenso ha de ser otorgado tanto por parte de la sociedad civil (que en gran parte ya la ha dado, expresando su opinión a través de las asociaciones y grupos alternativos y/o de base), así como por parte de las instituciones y/u organismos competentes en la materia. El fracaso e ineficacia de las políticas represivas hasta ahora aplicadas y la creciente incomprensión de la sociedad urbana ante las actuaciones políticas se empieza a reflejar en una respuesta ciudadana en defensa de propuestas alternativas como la del movimiento de okupación de viviendas. Esto supone, a su vez, un incremento generalizado de C.S.O.A. en toda la geografía del territorio nacional.
No obstante, en un momento de refuerzo de las leyes penales y en el que la percepción de inseguridad es cada vez mayor es muy probable que se asista a procesos de reforzamiento del papel del poder del Estado que “ante la potencialidad subversiva de los ilegalismos diseña su propia estrategia, tendente a su recuperación, a su conversión a instrumento útil al sistema. Para ello, previamente, establecerá una diferenciación, una separación en su seno, extrayendo aquellos que pueden modelarse como cuerpos dóciles; luego, tras el filtro, se pasará a criminalizar todo comportamiento disidente o antagónico”. (López, 1986).
Los nuevos modelos de centro social en el espacio urbano, y el papel de los C.S.O.A.: percepción exterior
Hay que partir del presupuesto por el que las ciudades europeas, y las españolas en particular, se están organizando hacia modelos urbanos de control social y organización funcional similares al de muchas urbes norteamericanas. Esta circunstancia se encontraría ligada al proceso de globalización por el que se avanza en los países occidentales. Las ciudades han de ser cada vez más seguras para el usuario y no para el vecino, sustituyendo vecindad y comunidad, por seguridad y privacidad.(Fernández, 1993).
De este modo, el espacio ya no es social, la tendencia es hacia la seguridad y no hacia la vida en comunidad. El llamado Scanscape (espacio vigilado), la obsesión habitual por la seguridad personal y el aislamiento social solo se ve sobrepasada por el pavor de la clase media a los impuestos progresivos. Dado que la vida de la ciudad, por lo tanto, se hace cada vez más insegura, los diferentes medios sociales adoptan estrategias de seguridad y tecnologías acordes con sus posibilidades. Como en la diana de Burguess, el dibujo resultante se condensa en zonas concéntricas; el blanco de la diana es el centro de la ciudad. (Davis, 2001).
La utilización de la delincuencia como arma del poder no se reduce, simplemente al bloqueo de los otros ilegalismos . Sirve, también, para extender el control sobre todo el territorio, pues se aprovecha la existencia de la delincuencia para ampliar las medidas represivas, e incluso a los propios delincuentes como informantes. Refuerza asimismo, los comportamientos integrados, la interiorización de la norma, pues parte de la población al sentir la delincuencia como amenaza, se presta a colaborar con los mecanismos represivos, y cuando no a ejercer, indiscriminadamente como tales, ante cualquier comportamiento que se aparta de la norma; es la profusión del autocontrol y la sospecha. Por otro lado, la difusión de la ideología de la inseguridad ciudadana, a la que contribuyen especialmente los medios de comunicación, incide en un replegamiento de la socialidad, al temerse extraño, al rehuirse la calle como espacio peligroso.
Se observa, en definitiva, que a medida que avanza el proceso de urbanización capitalista se produce una desocialización de los individuos, una disgregación de la comunidad. Al mismo tiempo, se extiende un proceso de normalización, un control social, que pretende la reproducción de los comportamientos integrados y la disolución de modos de vida divergentes. Aún así, se constata la presencia, que intenta dominar esta disidencia interna; bien canalizándola para sus propios fines, que es el uso de la delincuencia o el consumo de drogas; bien anulándola e impidiendo su difusión, que es la criminalización de todo comportamiento subversivo. (López, 1986).
Este fenómeno afecta, por tanto a todas las intervenciones y actuaciones alternativas que se dan en la ciudad y, subsidiariamente al movimiento okupa. Por ello, algunos de los C.S.O.A. desde un punto de vista espacial se han tenido que organizar como espacios blindados para defenderse de los ataques del sistema o de otros grupos fuera de toda norma, vease grupusculos neonazis, bandas de delincuencia organizada, politoxicomanos con sindrome de abstinencia...(Amendola, 2000.), en contradicción con sus objetivos de pluralidad, apertura, interculturalidad y autogestión.
La imagen de espacios cerrados por barreras, tanto prácticas como simbólicas, puertas, verjas, murales, leyendas, etc., limitan el acceso a las personas enfrentadas al movimiento, autoridades públicas, o quienes no se identifican con las dinámicas sociales de cambio del sistema capitalista, pero también afectan a otros ciudadanos que podrían ser usuarios de estos centros. Estos planteamientos de espacio blindado vienen obligados por el temor al desalojo de los inmuebles okupados por parte de las fuerzas de seguridad del estado. Esta imagen fortificada respondería a una forma de autodefensa por parte del colectivo frente a la previsible intervención de los poderes públicos en el espacio que el colectivo ha decidido gestionar pública y pluralmente.
La percepción para sus okupantes, residentes o usuarios, es completamente diferente como espacio liberado, en donde son posibles otras formas de coexistencia, actividades alternativas a las convencionales -talleres de autoempleo, charlas, conciertos, perfomances, etc.- Además, se percibe como un espacio sustraído al poder (estado/capitalismo), hecho y reconstruido de acuerdo a la forma, posibilidades, necesidades y gustos de sus okupantes, lo cual a su vez crea fuertes sentimientos de pertenencia y arraigo al lugar. (Bilbo Zaharreko Gaztetxea, 1992).
Se crea una forma de entendimiento, utilización, adecuación y recuperación del espacio urbano que se encontraba abandonado, recuperándose para la vida en comunidad, y a la creación de barrio, en los que la solución a los problemas que se pueden generar en el mismo no tengan porque basarse en el control de las personas. Se busca un urbanismo social que permita el encuentro entre personas y no el creciente aislamiento individual, partiendo del propio hecho de habitar e interpretado por ellos mismos. (Lefevbre, 1969).
Figura 1. Ejemplo de blindación del espacio. C.S.O.A. Los Blokes fantasma, Barrio de Gracia. Barcelona 2003.
Los individuos que comparten unas mismas características sociales, económicas o étnicas tienen muchas posibilidades de vivir cerca unos de otros en sectores homogéneos. Si estas personas toman las mismas decisiones es porque perciben el espacio urbano de una forma semejante y, por tanto, entienden de igual manera la noción de <>. (Bailly, 1978).
Pero este marco de homogeneidad se ha roto en las últimas décadas y se hace necesario experimentar con nuevos modelos interculturales. En este sentido los C.S.O.A. potencian los encuentros entre ciudadanos en un marco de democracia participativa, social, de base, justa, y acorde con el sentimiento popular de hacia donde dirigir la ciudad, su desarrollo y las actuaciones necesarias para ello sobre la misma. Frente a estos ideales, se está conformando un urbanismo basado en la especulación, los intereses económicos, y la obsesión por el control y la seguridad sobre el territorio y las personas que lo habitan. (Fernández, 1993; Davis 2001).
Esto lleva ya ha reflexiones planteadas hace más de treinta años sobre el papel social de los bienes: Si consideramos el total de casas de una zona urbana como un bien social (en contraposición a los bienes privados), entonces obviamente la comunidad ha pagado ya dichas casas viejas. Por este cálculo, todas las casas de una zona urbana construidas antes de, digamos, 1940 (o construidas ese año) han sido ya pagadas. La deuda sobre ellas ha sido amortizada y suprimida. Los únicos costos que se mantienen son los gastos de comunidad y servicios. Poseemos en una enorme cantidad de capital social bloqueado en el total de casas construidas. Pero en el sistema de mercado privado de la vivienda y del suelo, el valor de la vivienda no se mide siempre en función de su uso como refugio y residencia, sino en función de la cantidad recibida en el mercado de cambio. Que puede verse afectada por factores exteriores, como la especulación. (Harvey, 1979).
No hay que olvidar que actualmente la sociedad empieza a demandar y cuestionar a sus gobiernos y grupos dirigentes utilizando los mismos modelos de la economía global. Los ejemplos de los movimientos antiglobalización, la expansión de las organizaciones no gubernamentales, o como en el caso más reciente los diferentes movimientos sociales de caracter pacifista, en respuesta a la intervención armada de Estados Unidos y Reino Unido, suponen un cambio en las relaciones de la sociedad con los grupos de poder.
Es muy probable que las confrontaciones directas con el poder establecido no lleve más que a conflictos y crispaciones; pero no hay que olvidar que en una sociedad que desmantela paulatinamente e inexorablemente el tejido público, se hace necesario retomar nuevas ideas y consensos que lleguen a evitar la fragmentación y blindaje del espacio urbano siguiendo los patrones norteamericanos. (Davis, 2001).
Habra que analizar modelos como el italiano (“Casa Internazionale delle Donne de Roma” en el antiguo convento del Buon Pastore (que data de 1615), rehabilitado por el Ayuntamiento de Roma,y que ha sido cedido a asociaciones feministas tras un largo periodo de okupación). El movimiento feminista romano, agrupado en torno a la Associazione Centro Feminista Separatista, a las mujeres federadas en el AFFI y al CFS, constituyó el consorcio Casa Internazionale delle Donne en 1999 y, desde ahí, se llevaron a cabo las negociaciones por las que el Comune di Roma (Ayuntamiento), la Comisión de mujeres electas, la Oficina de Igualdad de Oportunidades, y el consorcio Casa Internazionale delle Donne, acordaron la rehabilitación y cesión del espacio en favor del grupo de mujeres de la Casa, el aleman con 50 bloques de vecinos en Berlín que se han legalizado a cambio de alquileres bajos, el holandes con más de 100.000 personas habitando en centros sociales okupados o el de Curitiva, ejemplo en el que la ciudadanía toma directamente decisiones para el reparto de los impuestos, y que imponen la necesidad de dotar proyectos urbanos en los que los poderes públicos colaboren con los grupos sociales alternativos, creando centros sociales que favorezcan la interculturalidad y la regeneración de los espacios marginales, linéas de cultura vanguardista ligadas a la experimentación, grupos ligados y/o dependientes de las asociaciones de barrio centrados en la busqueda de un nuevo urbanismo que permita un mayor respeto ecológico del medio, sustituyendo posiblemente seguridad y control por ecología y sociabilidad, etc. En definitiva, nuevas pautas que permitan un avance positivo, creativo y sostenible de la sociedad, y no un avance de la tecnología de la seguridad para el blindaje del espacio favoreciendo la fragmentación de las ciudades, sus barrios y por tanto de su tejido social.

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